Por lo que se conoce, cuando se formó el Sistema Solar, hace unos 4.500 millones de años, hubo un gran inestabilidad en las órbitas de los grandes planetas, hasta el punto que tendrían que haber acabado colisionando con la Tierra primigenia. Su conclusión es que si no ocurrió, se debe a que existía este misterioso cuerpo celeste.
La investigación, publicada en la revista 'Astrophysical Journal', se basa en simulaciones informáticas. Según David Nesvorny, del Southwest Research Institute, sus datos proceden del estudio de los muchos objetos pequeños que hay más allá de Neptuno, en el llamado 'Cinturón de Kuiper', y también del registro de cráteres que hay en la Luna.
Y lo mismo pasó con los grandes. Júpiter, por ejemplo, se habría movido hacia dentro del Sistema lentamente. El problema es que ese movimiento habría afectado a las órbitas de los planetas rocosos como la Tierra, que habría colisionado con sus vecinos, Marte o Venus.
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